La conquista de Filomena. El día en el que el ciudadano recuperó el espacio y el tiempo.

Esta vez lo que consiguió paralizar el tiempo, este tiempo extraño y todavía ajeno, fueron las intensas nevadas en el centro de la península que trajo Filomena y que desbordó cualquier previsión de los planes de contingencia de la capital. Vehículos particulares, de transporte de mercancias, transporte público, vuelos, quedaron atrapados ya en la tarde del viernes 8 y con todos ellos la ciudad entera. La máquina y su tiempo se habían detenido, congelados, en lo que podría parecer una paradójica retracción del significado de la palabra. Sin embargo, al día siguiente, un tiempo diferente, en una escala muy diferente, un tiempo más humano se manifestaba. La gente salió de sus casas, se echó a unas calles, que siendo las mismas ahora resultaban irreconocibles. Constató de forma más o menos complaciente nuestra sumisión a las fuerzas de la naturaleza. Para más tarde domesticar la superficie y hacer suyo el espacio.

Lo que antes eran calzadas, rotondas o aceras se convirtieron en el horizonte de donde surgían edificios y obstáculos irreconocibles. Aquellos elementos que vertebran linealmente la ciudad estaban entonces ocultos bajo una capa de nieve que había reducido a la capital a su topografía, su envergadura y a la monumentalidad de sus hitos y de su nuevo paisaje. Sin destino, dirección o camino la gente se abandonaba al descubrimiento de una nueva realidad que sospechaban efímera. La gente había tomado la calle y ocupaba el espacio público.

Con una competencia derrotada, el peatón conquistaba de forma lúdica nuevos espacios. Con las tiendas cerradas se detenía, observaban, improvisaban en sus rumbos. Zurcidos los pedazos orillados por la funcionalidad urbanística y liberados de las motivaciones de los desplazamientos rutinarios los espacios cobraron otro significado, alterando la forma de relacionarnos entre nosotros y con la ciudad.

Niña juega en la nieve.

Podría entenderse como un cambio en su dimensión psicogeográfica, concepto que introdujo la internacional situacionista y que trata sobre el efecto de medio geográfico sobre el comportamiento afectivo de los individuos; y que abriría, sirviendo de precedente, a la posibilidad de entregarse a la práctica de la deriva, en el sentido instrumental que hacían los mismos situacionistas. En este caso, esta aventura de exploración puede carecer de sentido al tratar de entender un espacio acometido por unas circunstancias temporales, si bien podríamos crear una imagen que superponer a la realidad corriente, ver por nosotros mismos las carencias y bondades de los modelos y contemplar que existen otras posibilidades de vivir la ciudad.

Guía psicogeográfica de París de Guy Debord.

La feroz vorágine de actividad de las grandes ciudades nos impide detenernos a imaginar otra manera. Nuestra vida está condicionada por ese sentido de velocidad, inmediatez y eficiencia del espíritu moderno. Nuestras ciudades animadas por el optimismo de la técnica y nuevos logros del derecho individual se cebaron en un crecimiento a medida del automóvil. Un modelo que en la actualidad expone serios problemas como emisiones contaminantes, exclusión, segregación, imposibilidad de conciliación… y que se tratan de remediar ahora desde una perspectiva más humana a la vez que más global recurriendo, otra vez, a los nuevos logros y promesas de la tecnología. 

Parece que la articulación de los nuevos modelos de ciudad deben enfocarse en una forma de movilidad efectiva con diferentes escalas y velocidad según la disposición de usos de los diferentes espacios; y donde el esparcimiento y recreación ciudadana debe disponerse de forma ordenada, que favorezca la interacción pero que no obstaculice el tránsito lineal y no abuse o contradiga el uso asignado. Y es que un mal uso no solo es incívico, sino que es ilógico e iría en contra de los designios y el saber hacer del propio diseño del espacio, algo intolerable y que exige medidas correctivas. Un ejemplo de ello es la arquitectura hostil muy presente en el centro de las grandes ciudades y que trata de expulsar a las personas más vulnerables a zonas menos visibles y más permisivas.

Esa forma de entender el espacio público como lugar de encuentro que fomenta el sentimiento de comunidad puede quedar sofocada por la diversidad de intereses de los agentes involucrados y por la complejidad de sus relaciones. La convivencia no es fácil, pero se puede complicar aún más, cuando contemplamos desde más arriba la diferencia entre las características de uso, población, infraestructuras, servicios de cada zona, distrito o barrio nos damos cuenta que cualquier intervención necesita valerse de métodos horizontales y permeables capaz de entender y dar protagonismo a la participación ciudadana en todo el proceso de proyección, funcionando la parte del equipo de diseño como un mediador y asumiendo márgenes de incertidumbre para los usos. La participación efectiva del usuario en los procesos de proyección cobra cada vez más importancia y contempla una nueva forma de relación entre el diseñador, el usuario y el proyecto.

Calzadas cubiertas de nieve en el centro de Madrid.

Un ejemplo de la importancia de la participación y mediación es el caso de la oposición de las asociaciones de vecinos del centro de madrid al  proyecto de peatonalización de algunas de sus calles. En contra de lo que cabría esperar, expresaban su rechazo a la peatonalización explicando que no se habían tenido en consideración sus intereses, no se habían propuesto alternativas para las líneas de autobús eliminadas, además de no tener las garantías de que ese espacio recuperado no fuese privatizado o vulnerado por intereses comerciales en el avance de la gentrificación que ya habían sufrido en calles colindantes, desplazando el pequeño comercio y ocupando su zona peatonal con terrazas.

Gente de travesía por la calzada.

Parecía impensable lo que ocurrió entonces en esas primeras horas del paso de Filomena, la extraordinaria escena sepultaba la ciudad en un caos relegando toda esa disposición funcionalista en favor del espacio en blanco. Ante la nueva situación los ciudadanos comenzaron construir sus propios escenarios a 50 centímetros del pavimento y el asfalto. En la euforia del acontecimiento de ese sábado recuperamos un poco el control de nuestro tiempo y de nuestro espacio, más tarde, en contraste, según avanzaba la tormenta se hacían cada vez más evidentes, las carencias y vulnerabilidad de nuestro modelo de ciudad y estilo de vida.

La realidad de estos tiempos nos hace plantearnos de forma aún más profunda los principios y perspectiva con la que tratamos nuestra forma de relacionarnos entre nosotros y con el mundo. En una sociedad acelerada y con un presente que se inclina por el mañana cualquier proyección de futuro parece irreal, superficial o desigual. Debemos asegurarnos de entender que no son los diseñadores los que crean el futuro, sino el tiempo y las personas.

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