La suerte del objeto, autonomía y resignificación.

La suerte del objeto. Autonomía y resignificación.

La exposición del objeto al mundo puede conducir a finales previsiblemente inesperados. Desde la perspectiva (más extendida) del diseño, el objeto adquiere la naturaleza y sentido del producto. Su desarrollo entonces, se basa en su proyección hacia el mercado, hacia las personas y en ocasiones hacia el planeta. El diseño es un acto de creación consecuente y suscrito a la premisa de una necesidad real o potencial; o incluso bajo la propia necesidad de crear. Teniendo en cuenta el punto de partida, el diseño reconoce y acota su desarrollo valorando los factores útiles sobre los que fundamentar su respuesta. Es un ejercicio estratégico y sopesado adscrito a la síntesis de las relaciones de un sistema complejo. Un ejercicio concluyente, abierto a cierta flexibilidad al introducir herramientas de retroalimentación, pero del todo irreversible. Una vez introducido en el mercado el producto objeto queda expuesto. Sujeto a la inercia de la proyección y a su suerte.

Dentro de esa dicotomía de la acción y reacción, tanto la intención como el esfuerzo resulta reconocible y justificada. Sin embargo la respuesta, al margen del beneficio económico, es variable, imprecisa y compleja, todo lo que se observa son consecuencias, indicios que conducen a conjeturas. Resulta interesante ver esa operación entre la solución y la respuesta… Un objeto puede perder todo su sentido inicial, toda su intención de forma traumática y directa, como una pelota de tenis ensartada en un bastón. Pero de una forma u otra el sentido siempre acabará transformándose con la erosión del tiempo sobre el objeto o la evolución del contexto. El interés de la conservación del objeto está justificado por su singularidad, por el contrario solo le queda convertirse en un residuo, en la pérdida total de la identidad y reducirse a la materia que lo compone.

Las condiciones de producción y mercado tratan de minimizar la autosuficiencia de los objetos industriales, estos deben tener una identidad y funcionalidad reconocida o reconocible, y el lugar que ocupe, su “target”, debe preverse. La proyección tiene la finalidad de crear y someter, el caso de la pelota de tenis en el bastón o del libro usado como pisapapeles, son  ejemplos de negación, de proyección frustrada. La visión de la función alternativa del objeto aparece con la devaluación o al no reconocimiento de su función inicial. En la devaluación, el objeto se somete a su obsolescencia, se reutiliza o es desechado. Por otro lado ese no reconocimiento somete al objeto a un juicio de valor en el que la persona proyecta sus necesidades reales sobre ese objeto y resuelve un uso independiente e inesperado. Esta operación es poco común (sobre todo en un uso inicial) ya que ese juicio de valor queda sometido al coste económico del objeto y suele aparecer en términos de revalorización y reutilización.

La reinterpretación de un objeto que prescinde de la intención pasa por la reducción formal. Se desencadena una sucesión cíclica de exploración y redefinición, en el que la forma y el material del objeto se somete a abstracción y es resignificado. Este es un proceso subjetivo de forma que el objeto redefinido imprime en nosotros su razón de ser y concede al objeto de una nueva intencionalidad, la nuestra. Se establece una nueva relación, mucho más íntima, entre objeto y persona y que puede ser tanto positiva como puede conducirnos a la frustración al no corresponderse de la forma que queremos nuestra necesidad de control. En este sentido el objeto es de alguna forma un poco independiente.

Es muy interesante contemplar cómo se genera ese espacio, ese desfase entre la expectativa del nuevo uso y la forma o carácter del objeto. Por ejemplo, una pieza de arado antigua puede, con un par de vueltas de forma que se sostenga, servirnos de asiento pero muy probablemente no sea cómodo y parezca que para este uso sobren partes. Ese espacio queda delimitado entre las fronteras de la nueva función y la original (despreciada y entonces relegada al sentido de su forma) y está sometido a la tensión de la intención, a la potencia del sentido, un quiero y no puedo o un desesperanzado querría si pudiese.

Sin embargo, esa tensión puede consumarse y el espacio atajarse interviniendo el objeto. Transformando su forma. Este es el acto último de resignificación, el definitivo, cuando la abstracción requiere de la destrucción y reconstrucción de la forma para que de manera definitiva el objeto abandone su sentido original y se reencarne completa y satisfactoriamente en el nuestro. El objeto se somete, una vez más a la proyección y a la mano creadora.

La forma de operar de esta resignificación se corresponde con la forma en la que podemos entender, en parte, los ready made. Atendiendo a la implicaciones del proceso creativo mediante la apropiación y sin pretensión de elevar o someterse a un estatus. Como ocurre en los ready made podemos descomponer el fetiche y analizar el registro de su pasado, deshacer el proceso de reconstrucción y construcción y sopesar el valor de la identidad de la pieza final con el anterior (ajeno) e incluso comparar las ambas intenciones. El mecanismo de esta especie de cadáver exquisito asienta un campo de trabajo en el que estudiar la forma de relación e intervención con el objeto concluido, las posibilidades en la creación mediante la apropiación, la respuesta del objeto; pero también el ejercicio de proyección y creación desde el origen al tener en cuenta la independencia del objeto en el desprendimiento de su primera razón de ser, de su intención original. Un abandono premeditado.